lunes, 14 de marzo de 2016



La productividad venezolana

Tanto en lo público como en lo individual debemos esmerarnos por dar lo mejor en nuestro campo de trabajo, sin menoscabo de nuestros derechos.
El local de Café Venezuela en el parque El Calvario es una belleza, o al menos lo era hace un año, última vez que intenté tomarme un café allí. En medio del parque recuperado (gracias, Jorge, por darme motivos para agradecerte algo), el local tiene un tono lounge armonioso, fresco y relajado. He aquí que nuestros jóvenes e intrépidos argonautas citadinos se van para allá un buen domingo, y luego del calvario que significa subir las escaleras, deciden, a golpe de 10, tomarse un juguito (de Los Andes, por supuesto). Nos acercamos al café y vemos a unos siete trabajadores, reunidos alrededor de una de las mesas. "Hola, ¿a qué hora abren?", les pregunto. "A las 10", me responden, con toda amabilidad. "Son las 10:10. ¿Ya están por abrir, verdad". (Así soy yo, qué puedo decir). Me responden "Sí, sí, en un ratito".

 Confiados, nos sentamos en las hermosísimas butacas y esperamos. 

Me dedico a observar la movida de la asamblea de trabajadores (eso era la reunión), y oigo: "¿Por qué el compañero X vio que la compañera Y estaba aquí desde las tantas de la mañana y estaba cargando no sé qué, y no se detuvo a ayudarla? Eso no es de compañeros de trabajo, compañeros, y aquí estamos desarrollando un concepto de unión y compromiso, de respeto y buen servicio y bla bla bla bla bla?"

A mí me parece bien. De hecho, me parece muy bien. Salvo porque ya eran las 10:30. Interceptando la arenga en un punto propicio, pregunto nuevamente a qué hora abren. Ya no era a las 10, sino "en un ratico". Como el domingo uno tiene que evitar hacer lo mismo que hace durante toda la semana (o sea, estresarse), me devuelvo a la poltronota y continúo.

"Hay que comprender, compañeros, que la actividad que desarrollamos en este consorcio, llámele consorcio, llámele cooperativa, llámele como se le llame, requiere del compromiso de todos en relación a unas normas de funcionamiento, que tienen que ver con la relación que se establezca entre los miembros, y con el estilo de funcionamiento bla bla bla bla bla bla…"

11 de la mañana, misma pregunta y misma respuesta. De pronto, alguien estalla: "Pues, chico, ¿tú sabes cómo es la cosa? Yo me dejo de m… y me llevo mis vainas y esto se acabó. Ya no me la calo más. Ya no me la calo más. Que uno esté aquí bien fuñío trabajando y los demás se estén abanicando bla bla bla bla…"

De inmediato el aludido tercia: "¡¿abanicando?! ¡¿abanicando?! Bla bla bla bla…" Lamento no tener idea de la causa de tan enjundiosa discusión. Para ese momento, ya eran las 11:30, y hasta yo en plan relajado notaba que podíamos durar así todo el día, tal como entendieron los otros 10 "comensales" que esperaban su juguito de Los Andes..

Cada vez que una cosa de estas ocurre, yo me felicito y me congratulo por tener patria, porque recuerdo que con impuestos, desinversión e inflación todos contribuimos a pagar los sueldos de Los Andes, Diana, Venepal, Corpoelec, Agropatria… y Café Venezuela.

No sé ustedes, pero a mí me late que no es muy distinto en la empresa privada, donde tienes que rogarle a la gente que llegue a tiempo, que no falte una vez por semana, que no meta reposos por tener tos, que no se pase el día en Facebook, que cuelgue el teléfono, que no traiga al novio/a en horario de trabajo, y más. Más, más, más.

La productividad en Venezuela dejó de ser un tema hace rato, tanto en lo público como en lo individual de cada uno de nosotros. Para eso tenemos patria que nos dé el pan para siempre. ¿O no?.

Bueno, pero las poltronas de Café Venezuela son muy cómodas. 

1 comentario:

  1. Es un artículo muy interesante porque es expuesto con lenguaje sencillo y expresa parte del dia a día de los venezolanos.

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